La
Región Caribe, con toda seguridad, y para nadie es un secreto esto, necesita
años de continuidad de crecimiento, de generación de producción y empleo, de
estabilidad económica e institucional, de paz y de justicia social, del
fortalecimiento de su tejido social identitario, del ejercicio de su ciudadanía
caribe, si su propósito es alcanzar a posicionarse junto a otras regiones del
país, con mejores índices en estas materias y serles a su vez competitiva. Si bien es cierto la Colombia de hoy
experimenta de manera generalizada avances significativos en material social y
de derecho, no es la región norte la más cobijada por todo ello desde los
centros de poder, que han relegado nuestra tierra ancestralmente pujante a las inequitativas
oportunidades que brindan ¨los gobiernos andinos¨ de turno, con el consabido
resultado de no generar unas óptimas condiciones de desarrollo para habitantes y
territorios de estos márgenes del país.
Circunscribir
el tema Caribe por esta oportunidad, permite sumar un elemento más en esta
fórmula que nos deja con resultados inferiores a los deseados en materia de
desarrollo integral a escala humana y territorial: el nada devaluado asunto de
los gobiernos locales de turno y sus ejecutorias. A poco más de doscientos días de vivir un
nuevo proceso en materia de política electoral, que elegirá mandatarios en el
orden local, así como los nuevos cuerpos colegiados de cogobierno que los
acompañaran, tanto en el orden municipal como departamental, resulta ser de
obligada materia analizar el panorama de lo que se vendrá. Es también necesario hacer un acápite especial
en esta suma y resta de posibilidades; que permita esclarecer que no toda la
región ha contado con las desgracias electivas y gubernativas que han azotado a
ciertas localidades con más sorna y descredito para la clase política y que son
del dominio comunicacional, por la contundencia de sus despropósitos y
aniquilamiento de lo público. Así también es de ese dominio los buenos
gobiernos que han ido transformando a lo largo de la continuidad de sus
propuestas una recuperación de las emociones politicas saludables y transformadoras
en sus gobernados, surgidas gracias a aquellas gestiones que han permitido irse
desmarcando de los males que aquejaban a sus habitantes y territorialidades,
por ejercicios de gobiernos fallidos.
Lo
acontecido en esta materia en cuanto a la transformación del imaginario colectivo
en la comprensión de lo público como corrupto y deshumanizado, hacia uno generador
de optimismo y confianza deberá cuidarse. Hacerlo requerirá de revisar cada
paso acertado como en falso, cada desborde, así como cada acatamiento, cada
gesto de violencia como el de ternura, se haya originado donde se haya
originado en los distintos niveles de los gobiernos locales de turno. De no ser
así el inminente riesgo es que todo en la materia de confianza ganado retroceda
al punto de partida inicial. Viene justo también establecer que, aunque todo se
realice con impecable ejecutoria las objeciones, críticas, reclamos y oposición
cuando son legítimos no sólo son respetables sino necesarios para construir
entre todos sociedad política mejor; sociedad propositiva en cuanto a que los
márgenes de lo público deberán ser
siempre la vía para que haya un gana gana entre los gobernados y los
gobernantes, y como claro ejemplo de ello la continuidad programática en lo
gubernamental sea ampliamente provechosa para los habitantes de una determinada
región.
¿Será
que la posibilidad de que candidaturas surgidas de ejercicios de poder exitosos
y que permitan dar continuidad a lo logrado en materia de buen gobierno, se
constituyan en alguna manera en amenaza para la democracia? Pareciera que para algunos sectores políticos
lo fuera mortalmente y transmiten dicha enfermedad de lectura política al
potencial electorado que pudiese llegar a seguirles, desconfigurando así la
justa reciprocidad de que quien ha gobernado bien, bien puede ¨reelegirse¨ como
quien no lo hizo debe sancionarse clausurándolo en las urnas. Dar continuidad
al buen gobierno ejecutoriado con quienes decidan acompañarle dentro de un
partido o movimiento, así como las bases sociales que como reconocimiento a la
buena labor extiende y prorroga las buenas prácticas de administración pública
accionadas reeligiéndole, y nada tiene que ver la familiaridad, la amistad o la
consanguineidad dentro de los márgenes de lo legal, como excusa para deslegitimarlo.
¿Por
qué alguien de ¨la casa Char¨ en el atlántico, o de ¨la casa Cotes¨ en el
Magdalena no habría de postularse para la alcaldía o la gobernación? ¿O la
aspiración legítima de encabezar el Poder Ejecutivo es sólo una prerrogativa de
la oposición, o las fuerzas politicas emergentes? Argumentan, desde la visión
contraria, que un gobierno conducido por éstos sería «más de lo
mismo». Afirmar esto es no reconocer y por el contrario examinar mal la
historia reciente de estos gobiernos y sus exitosas transformaciones de lo
publico en sus respectivos escenarios de ejecutoria, sobre todo si se contrasta
con la historia de quienes en estadios de tiempos bastantes significativos
ejercieron el poder con un continuismo avasallante y depredador de sus
gobernados; con insignificantes testimonios de progreso. Será caballo de batalla para la rancia
oposición bosquejar la teoría del continuismo que no es más que la intencional
patraña para ocultar sus genuinos temores frente a las grandes realizaciones:
la continuidad de un modelo probado exitoso. Si bien es cierto, hay materias
significativas por enfrentar para resolver, continuidad significa mantener las
buenas obras y servicios públicos que le devolvieron el sentido de pertenencia
a la ciudadanía; la deconstrucción del sistema de valores que devolvió al primer
plano los anhelos aplazados tanto de atlanticenses con su capital y los
magdalenenses con su departamento.
Deberán
saber mejor que nadie estas casas politicas que el máximo logro que puede
ofrecer a sus gobernados es darle continuidad al proyecto impulsado por sus
actuales líderes en ejecutorias de sus mandatos hasta ahora en curso destacado,
y avanzar en los aspectos que aún no se han hayan podido resolver, potencializando la curva de aprendizajes con
miras puestas ya en una batería de nuevos y su vez probos funcionarios, que
garanticen esa continuidad y funcional propuesta programática reafirmada y actualizada según las propias
experiencias de buen gobierno.
El
27 de octubre próximo Colombia, nuestra región, ira a las urnas. Allí se
decidirá si se quiere o no la estabilidad y la continuidad de sistemas de
valores ya probados y ejecutoriados con maestría pública, el votante decidirá
si elegir la continuidad o no de un modelo que no se limita a personas, sino
que expresa ideas y proyectos. Mientras la apuesta es Que gane la continuidad, pluripartidista,
diversa en géneros, incluyente en ciudadanías; que el Atlántico, el Magdalena,
el Caribe avance hacia donde la Vida sea lo capital, perder continuismo, ganar continuidad
es la Vía.
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